viernes, 29 de agosto de 2008

Los Mosquitos de Santa Rosa de Lima


LOS MOSQUITOS DE SANTA ROSA
Cruel enemigo es el zancudo o mosquito de trompetilla, cuando se le viene en antojo revolotear en torno a nuestra almohada, haciendo imposible el sueño con su incansable musiquería. ¿Qué reposo para leer ni escribir tendrá un cristiano si en lo mejor de la lectura o cuando se halla absorbido por los conceptos que del cerebro traslada al papel, se siente interrumpido por el impertinente animalejo? No hay más que cerrar el libro y arrojar la pluma, y coger el plumerillo o abanico para ahuyentar al malcriado.Creo que una nube de zancudos es capaz de acabar con la paciencia de un santo, aunque sea más cachazudo que Job y hacerlo renegar como un poseído.Por eso mi paisana Santa Rosa, tan valiente para mortificarse y soportar dolores físicos, halló que tormento superior a sus fuerzas morales era el de sufrir, sin refunfuño, las picadas y la orquesta de los alados musiquines.Y ahí va, a guisa de tradición, lo que sobre el tema tal refiere de los biógrafos de la santa limeña.Sabido es que en la casa en que nació y murió la Rosa de Lima, hubo un espacioso huerto en el cual se edificó la santa una ermita u oratorio destinado al recogimiento y penitencia. Los pequeños pantanos que las aguas de regadío forman, son criaderos de miriadas de mosquitos y como la santa no podía pedir a su Divino Esposo que, en obsequio de ella, alterase las leyes de la naturaleza, optó por parlmentar con los mosquitos. Así decía:– Cuando me vine para habitar esta ermita, hicimos pleito homenaje los mosquitos y yo, de que no los molestaría, y ellos de que no me picarían ni harían ruido.Y el pacto se cumplió por ambas partes, como no se cumplen... ni los pactos politiqueros.Aun cuando penetraban por la puerta y ventanilla de la ermita, los bullangueritos y lanceteros guardaban compostura hasta que con el alba, al levantarse la santa, les decía:– ¡Ea, amiguitos, id a alabar a Dios!Y empezaba un concierto de trompetillas, que sólo terminaba cuando Rosa les decía:– Ya está bien, amiguitos: ahora vayan a buscar su alimento.Y los obedientes sucsorios se esparcían por el huerto.Ya al anochecer los convocaba, diciéndoles:– Bueno será, amiguitos, alabar conmigo al Señor que los ha sustentado hoy.Y repetíase el matinal concierto, hasta que la bienaventurada decía:– A recogerse amigos, formalitos y sin hacer bulla.Eso se llama buena educación, y no la que da mi mujer a nuestros nenes, que se le insubordinan y forman algazara cuando los manda a la cama.No obstante, parece que alguna vez se olvidó la santa de dar orden de buen comportamiento a sus súbditos; porque habiendo ido a visitarla en la ermita una beata llamada Catalina, los mosquitos se cebaron en ella. La Catalina, que no aguantaba pulgas, dio una manotada y aplastó un mosquito.– ¿Qué haces hermana? –dijo la santa–, ¿Mis copañeros me matas de esa manera?– Enemigos mortales que no compañeros, dijera yo –replicó la beata. ¡Mira éste cómo se había cebado en mi sangre, y lo gordo que se había puesto!– Déjalos vivir hermana: no me mates a ninguno de estos probrecitos, que te ofrezco no volverán a picarte, sino que tendrán contigo la misma paz que conmigo tienen.Y ello fue que, en lo sucesivo, no hubo zancudo que se le atreviera a Catalina.También la santa en una ocasión tuvo que valerse de sus amiguitos para castigar los remilgos de Francisquita Montoya, beata de la Orden Tercera, que se resistía a acercarse a la ermita, por miedo de que la picasen los jenjenes.– Pues tres te han de picar ahora –le dijo Rosa–, uno en el nombre del Padre, otro en el nombre del Hijo y otro en nombre del Espíritu Santo.Y simultáneamente sintió la Montoya en el rostro el aguijón de los tres mosquitos.Y comprobado el dominio que tenía Rosa sobre los bichos y animales domésticos; refiere el cronista Meléndez que la madre de nuestra santa criaba con mucho mimo un gallito que, por lo extraño y hermoso de la pluma, era la delicia de la casa. Enfermó el animal y postrose de manera que la dueña dijo:– Si no mejora, habrá que matarlo para comerlo guisado.Entonces Rosa cogió el ave enferma y acariciándola dijo:– Pollito mío, canta de prisa, pues si no cantas, te guisa.Y el pollito sacudió las alas, encrespó las plumas y muy regocijado soltó un¡Quiquiriquí!(¡Qué buen escape el que dí!)¡Quiquiricuando!(Ya voy, que me están peinando).
DE:
TRADICIONES PERUANAS (RICARDO PALMA).

Poema



ERA UNA ROSA BLANCA


Hace trescientos años que el jardín florecía

¡y lleno de perfumes florece todavía!

Hace trescientos años, al caer de la noche,

cuando claros luceros desataban el broche

y a probar su fortuna descendía el Ensueño con traje de luna,

adormido en un vuelo de blancas mariposas el jardín daba rosas,

y así leves sus galas, bajo la suave lumbre y al batir de las alas,

humilde entre los muros, perfumado y tranquilo,

el jardín era asilo de un rumor de sandalias en piadoso desvelo

y de tenues suspiros y de voces del Cielo.


Hace trescientos años que el jardín florecía

y lleno de perfumes florece todavía.

Era un jardín cerrado al dolor del pecado,

oculto a la inclemencia del mundanal ruido y abierto a la inocencia;

era cual una lira que, vibrando en secreto

como alma que suspira de ansiedad y ternura,

llevaba sus acordes a la celeste altura

por un blanco camino que temblaba en la noche como un hilo divino.

era un jardín de rosas, cerrado y prisionero...

y era una sombra blanca que erraba en su sendero.

Era un jardín de rosas, todo él enamorado de la mano de lirio

que le daba cuidado; un jardín que en el claro de luna parecía que,

orgulloso, sabía cómo se retrataba sobre el éter inmenso revestido de incienso;

dulce refugio lírico, por su mística clama hecho para reposo perfumado de un alma;

jaula, tejida en flores de matiz marfileño, hecha para las alas flotantes del Ensueño;

jardín en cuya arena, con trémula congoja, se arrastraba una hoja ambulante y vencida

murmurando en voz baja cómo se va la vida.

Era un jardín de rosas, cerrado y prisionero...

Y era una sombra blanca que erraba en su sendero.

-¿Qué quieres, blanca sombra que vagas lentamente como alma penitente?

La sombra solitaria, responde en un ansioso murmullo de plegaria

que con suaves deliquios acompasa las rosas y en un trémulo enjambre de blancas mariposas.

¿qué quieres, blanca sombra, errante en tu retiro?

La sombra, estremecida, responde en un suspiro.

-¿A quién, consagras la luz que arde en el vaso?

¿Dónde vas paso a paso mirando las estrellas como si les pidieras ir a morir en ellas?

¿Es, acaso, que esperas a tu amado que no viene?

La sombra se detiene cual si quedara presa en el haz de la luna

que la envuelve y la besa, y su voz en suspiro temblorosa musita:

-Aquí espero una cita

-Pero Amor, blanca sombra, es placer y es aliento...

-Mi Amado es mi tormento. -¿Y su amor e curarte de torturas no alcanza?

-Mi Amado es mi esperanza

-¿Sueñas amor profundo?

-Mi Amado no es del mundo.

- ¡Entonces, blanca sombra, no viene tu trovero!

- Vendrá por que lo espero

-¿Y por amado ausente pasión tan sobrehumana?

- ¡Vendrá, vendrá mañana!

- ¡No viene, blanca sombra!

-¡Vendrá, no desconfió, y dándole la vida la muerte lo hará mío!........

Y al eco de estas bellas palabras amorosas en el jardín lunado palpitaban las rosas.

¡Hace trescientos años que el jardín florecía y lleno de perfumes florece todavía!

Fue una blanca noche...

Era, en dulce reposo, el jardín silencioso.

Mudo estaba el jilguero, en quietud el sendero,

y la noche sumisa, y callada la brisa, y callado el ramaje, y dormido,

entre tules de ilusión, el paisaje.

Bajo la noche clara, Era un jardín de rosas tan blanco como una ara.

Y era una blanca ermita que esperaba el milagro de una dulce visita.

Y era sobre la alfombra de las hojas caídas, aquella blanca sombra.

De pronto, desde el cielo, estremecido el velo que sujeta en el éter el haz de las estrellas,

cae un fragante lirio de plateadas huellas

como abriendo el camino al fulgor entre las nubes de un cortejo divino.

Y hay rumor de alas en las empíreas salas,

y e jardín va tomando del cielo sus colores y el cielo se colorea de color de las flores.

Y aquella sombra blanca, palpitante y ansiosa,

se entreabre lentamente como una blanca rosa...

Blanca tiembla la noche, como la veste alada de tierna desposada,

y surgidas de pronto de sus leves capuces vuelan mariposas consternadas de luces,

y en el jardín, atónito, asoma y se despliega caudalosa aureola de un esplendor que llega.

Y hay, al pie de la ermita, Un alma que palpita.

Y unos brazos abiertos de frente a infinito.

Y un ímpetu anhelante. Y un sollozo. Y un grito:

-¡Aquí, estás, vidas mía!-

¡ Y se mecen las rosas en un son de alegría,

y despierta el jilguero, y refulge el sendero,

y es música el ramaje y es música, entre tules de ilusión, el paisaje!

Y una voz dice:

-Toma, toma rosas mi vida, que te brinda aroma....

Y otra voz, en suspiro, que se agranda en la humilde soledad del retiro,

le responde amorosa:

-¡Tú sola eres mi Rosa!

Hace trescientos anos que el jardín florecía y lleno de perfumes florece todavía!

¡Santa Rosa de Lima!

¡Santa Rosa, te invoco a través de la noche de los siglos,

y evoco tu figura virgen delante de la ermita por tus rezos bendita,

con tu túnica blanca y tu fúnebre toca,

balbuciente la boca, entornados los ojos y cruzada las manos en éxtasis cristiano,

esbelta y temblorosa, el llanto en la pupila

–rocío de las rosas-

besando, una por una, las cruces del rosario

en mitad del sendero del jardín solitario!

Santa Rosa de Lima, deja que el verso gima al evocar,

perplejo del duro sacrificio,

las cuerdas del cilicio con que, pétalo a pétalo,

deshojaba tus galas para hacer de tu vida sólo un amor con alas;

deja que cante el verso como fuiste ofrendándote al Dios del Universo,

esperanza y regalo para el bueno y el malo;

permite que la rima, Santa Rosa de Lima

-virgen que en tu retiro pródigo de perfumes, y suspiro a suspiro,

regalabas al Cielo las rosas peregrinas puras,

porque guardabas para ti las espinas-

cante tu franciscano amor por el hermano traducido

en la copia de penas que curaste para gozar la propia.

Y allá, desde tu cima, Santa Rosa de Lima,

desde el jardín cruzado de estrellas temblorosas como el tuyo de rosas,

Rosa blanca y sedeña Suave Virgen limeña,

ve a tu Lima en la nube del incienso que sube,

ve en sus calles las vastas muchedumbres,

ufanas en medio del alborozo de todas las campanas,

cantar tu imagen, rezar ante tu osario y llamar a las puertas del humilde santuario

para evocar la escena de la divina cita

y poner blancas rosas a los pies de tu ermita.

¡Oye la voz que implora que tú, blanca Señora,

ruegues a Dios con fuego de pasión y con ruego

que los cielos encienda y a tu patria defienda

y a tu Lima redima, ingenua y blanca Rosa, Rosa Santa de Lima!

Que yo, pobre poeta que el amor y el orgullo de la patria interpreta,

busca ahora en mi lira la voz más candorosa para decirte:

¡Creo, creo en ti, Santa Rosa!

Y pues creo, y pues sufro,

y pues voy por la vida con el viaje doliente de la hoja caída,

arrastrando en lo hondo,

ya herido de impotencia, mi amor por la justicia,

que fue mi única herencia,

y pues ando, ando,

ando padeciendo callado y me duelo

y me hastío del gotear de la arena de mi reloj sombrío, yo,

pecador cristiano, con la vida cansada, bien merezco,

Señora, la luz de tu mirada.

Mírame, Rosa, mira como,

en un confidente diapasón de mi lira,

mientras en tu ventana de la celeste altura eres inmensa rosa de límpida blancura,

en ti los ojos fijos, yo te pido ventura sólo para mis hijos.

Si hace trescientos años el jardín florecía Pródigo de perfumes, florece todavía....


POR LUIS FERNAN CISNEROS

Biografia


Nació el 30 de Abril de 1586 en la Ciudad de los Reyes, Lima fundada el 18 de Enero de 1535, la grande y afamada capital del que fue poderoso Imperio de los Incas antes del descubrimiento del Nuevo Mundo: la actual Lima, fue la patria de nuestra Santa, gobernando la Iglesia el Sumo Pontífice Sixto V. Sus padres fueron: Don Gaspar Flores y Doña María de Oliva, ambos de honrada familia y escasos de bienes de fortuna; pero con muy especial providencia del cielo que había determinado enriquecerlos con el precioso tesoro de su hija.